Un funeral en la cocina Mientras sonaba una canción melancólica en la radio, decidió dejar de cortar la cebolla. Llevó el cuchillo hasta su estómago y lo clavó con fuerza. La cocina quedó oliendo a caldo de pollo recién hecho. Las ramitas de cilantro se quedaron sobre la mesa. El cuerpo de la mujer terminó bajo la punta filosa del utensilio. Su cabello lacio quedó salpicado en el suelo de la cocina. Quedó tendida con todo y delantal. Toda su vida la había dedicado a cocinar. Hacía un pozole riquísimo, un caldo de camarón exquisito y un mole rojo que estaba para chuparse los dedos. Heredó las habilidades de su bisabuela quién trabajó preparando la comida para el ejército. Su esposo le había animado a que abriera su propio negocio. Una fonda. Fue así que pudo dar a conocer al mundo (o al menos a la cuadra entera) sus capacidades culinarias. Lo único que a lo largo de su carrera como cocinera nunca le salió fue el caldo de pollo. Irónicamente, lo último que preparó en
